lunes, 9 de febrero de 2009

REVOLUCIONARIOS

Somos propensos a categorizar todo, y sobre todo los recuerdos. Ubicamos en determinadas edades una u otra experiencia vivida. Pero, indudablemente, es en la adolescencia donde se empieza a formar nuestro carácter, es el ámbito por excelencia forjador de nuestra futura personalidad. Es cuando dejamos de ser niños y comenzamos los trámites para madurar. Lo que sucede en esos años clave nos marcará con su impronta para siempre.
La sociedad también utiliza a las categorías, más aún para analizar su pasado. Edades, períodos, siglos determinados…, décadas. Se habla de una “Generación del ‘80” (1880), de la “Década infame”, de los “Setenta”.
Hubo variedad de cambios y acontecimientos que supusieron una bisagra en los años que nos convocan. Cambios sociales, culturales y políticos. Asimismo creo que, no necesariamente, cada década debe estar acotada en diez años exactos. Pienso que, en nuestro país, la década del ’70, políticamente hablando, se extiende desde “El Cordobazo” (1969) hasta la derrota en Malvinas (1982).
Ahora bien, en nuestro caso (los setentosos), la fase de inicio de la madurez coincide con un período de tiempo apasionante, donde las características personales tuvieron su génesis dentro de un contexto rico en experiencias formativas.
Tal el caso de la iniciación en la política…

En el año 1973, con trece años, comencé la secundaria en un colegio estatal de mi barrio. No solo había un cambio en la vestimenta (saco y corbata por delantal), sino también de postura ante los demás. El ambiente político de la época estaba en ebullición: en marzo habían sido las elecciones que habían consagrado al “Tío” Cámpora como presidente, aunque hasta el más dormido sabía que era Perón quien daba las directrices. El 25 de mayo asumió el nuevo gobierno, terminando con la pretendida Revolución Argentina con, en ese entonces, Lanusse a la cabeza.
A los pocos días ingresó, en plena clase de Instrucción Cívica, el representante del Centro de Estudiantes solicitando permiso para hablarle al curso. El profesor (un “gorila” solapado) accedió a regañadientes, para mi beneplácito. Hacía unas semanas me había colocado dos amonestaciones por silbar la marcha peronista en el aula y me regocijó ver su cara congestionada por la intrusión del delegado.
Éste nos informó de que se iba a convocar a una asamblea debido a los acontecimientos que se venían dando en todo el país (toma de colegios), por lo que se necesitaba que cada curso eligiera a dos delegados para que asistieran en su representación y así determinar los pasos a seguir por el alumnado.
Fue instantáneo. Levanté la mano postulándome, sin pensarlo. Algo dentro de mí me impulsó a hacerlo sin meditarlo demasiado. Me aceptaron al instante y me acompañó en el cargo una compañera, Alicia, quien era más grande que yo por haber repetido el año dos veces.
La asamblea fue desordenada, fogosa, desgastante, pero intensa. Los alumnos de cursos superiores llevaban el ritmo con una pasión envidiable. Por primera vez oía hablar de clasismo, reforma agraria, materialismo. Escuchaba nombres como Fidel, el Che, Mao. Oía pestes sobre el imperialismo, el capitalismo, los gorilas. Pero también cosas maravillosas como participación, imaginación, futuro.
Algunos conceptos escapaban a mi comprensión, pero la esencia era captada por todos: queríamos cambiar las cosas, felicidad para todos, igualdad de oportunidades, terminar con estructuras arcaicas.
Finalmente se decidió la toma del colegio y se eligió a quienes harían la vigilia esa y otras noches. No pude ofrecerme para eso, mis viejos se hubieran opuesto totalmente y yo todavía no era demasiado rebelde como para enfrentarlos. Alicia no tuvo problemas en ser parte del grupo pernoctador.
Al día siguiente, la escuela era un caos. Basura por todos lados, frazadas tiradas, puchos “extraños” por doquier. Pero el clima seguía siendo fascinante.
Mi hermano Gustavo cursaba el último año y era compañero del presidente de la asamblea y del secretario. Cuando salí al patio vi a los tres charlando mientras fumaban (algo impensable en otras épocas). Gustavo me hizo seña para que me acercara a ellos. Era mi oportunidad de charlar con quienes admiraba, saber de primera mano los próximos pasos a seguir en pos de una reforma educativa. Grande fue mi sorpresa al oírlos tan “terrenales”: su único tema de conversación fue sobre las infinitas posibilidades que se les presentaba con las minitas del colegio, al estar en tan privilegiada posición.
Excusándome, me alejé para buscar a mi compañera delegada. No la hallé hasta muy tarde, en plena asamblea. Estaba bastante demacrada, pero con al ánimo elevado. Me contó que no hubo problemas a la noche, y que seguramente se repetiría la experiencia. Me encantó que estuviera comprometida con la causa y se lo hice saber. Me miró extrañada y se río con ganas, para luego irse con un muchacho delegado de tercero, quien también lanzó una carcajada al mirarme. Empecé a intuir que en las jornadas nocturnas no todo era charla revolucionaria.
En ese tiempo fue cuando cambiaron la materia Instrucción Cívica por ERSA (Estudio de la Realidad Social Argentina) con un programa mucho más abierto y progresista. Nuestro viejo “gorila” tuvo que adaptarse y enseñar los nuevos lineamientos que, seguramente, le provocarían más de una úlcera.
En Junio volvió Perón a la Argentina después de 17 años de exilio y fue cuando tuvo lugar la histórica “Masacre de Ezeiza”. El 13 de julio Cámpora, al retirarle Perón su apoyo, presenta su renuncia con lo que permitía la realización de nuevas elecciones. La derecha peronista comenzaba a hacer su trabajo.
El cuerpo de estudiantes ya había abandonado la toma del colegio y las clases siguieron su ritmo habitual. La materia ERSA duró cuatro meses, pero aún se recuerda como un verdadero avance pedagógico.
En cuanto a nosotros, la vida del país nos llevó a diferentes lugares, físicos y doctrinales. Algunos tomaron el camino de la lucha armada en la izquierda, otros tuvieron su lugar en la represión, los más mantuvieron la tibieza que permite la supervivencia. Particularmente me sirvió como experiencia formadora que pude aplicar cuando milité dentro del sindicalismo y partidariamente.

Los personeros del terror nos arrancaron amistades, sueños, cosas materiales, pero nunca pudieron con nuestros recuerdos, porque eso quedó arraigado. Fueron los días en que, sin importar distinciones, todos fuimos “revolucionarios”.

FIN

3 comentarios:

el_iluso_careta dijo...

muy buen post...me hizo acordar mi secundaria...(72-76)

Alejandra Conte es:La Kolorada Siniestra dijo...

definitivamente en los 70 pasaban cosas, cuando en los 90 parece que ya todo habia pasado.
Un post muy pintoresco.
(soy unos años mas joven, entiendame)

Inversiones Uruguay dijo...

Yo también soy más joven, justamente por eso me parece que está bueno el relato como forma de acercarnos un poco a esa epoca "oscura", que en Uruguay creo que no fue muy diferente a la de Argentina.

Saludos