lunes, 16 de febrero de 2009

ARGENTA (Parte 1)

Y los Señores llegaron a nuestro mundo. Y nuestra vida ya no fue la misma. Lo que guardaban las entrañas de nuestra tierra resultó una maldición para mi pueblo. El mineral, del que ignorábamos su existencia, al descubrirse sus propiedades y aplicación en diferentes tecnologías, atrajo la codicia de personajes siniestros. Nuestros dirigentes, ingenuos al pensar que los Señores los harían partícipes de sus ganancias, permitieron que éstos instalaran sus ciudadelas y comenzaran a extraer y exportar el preciado elemento. Firmaron extensos contratos concediendo exenciones y reducción de gravámenes, pero pronto se vio que los Señores no estaban dispuestos a pagar lo que podían tomar. Además, para reducir costos, era preciso contar con mano de obra barata, diríase esclava, por lo que era sumamente necesario un sistema opresivo que pudiera controlar a la masa de trabajadores y evitar desmanes.
Cuando los Señores tuvieron en sus manos el poder real, nuestros dirigentes de poco servían. Algunos se exiliaron, otros desaparecieron y el resto pasó a engrosar las filas de obreros que descendían día a día para arrancar de las profundidades lo que sustentaba el progreso y bienestar de unos pocos. Nuestro mundo fue dividido y organizado como una factoría. Cada comarca tenía al frente a un Señor, el cual ostentaba un poder absoluto basado en la fuerza y el terror impuesto por sus armas.
En nuestra comarca, Perlanda, quien decidía sobre los destinos de la gente era Remo Sarbini, un déspota que se había autoadjudicado el título de conde para revestir de pseudonobleza su pasado oscuro de traficante.
El conde Sarbini regía con mano dura sus dominios, con un régimen cuasi feudal que le permitía obtener beneficios cuantiosos para su familia y allegados. No dudaba en decidir matanzas, ni le temblaba el pulso al ordenar torturas. Al fin, luego de mucho batallar, tenía su propio reino en miniatura, el cual le iba a permitir vivir en el lujo hasta el último de sus días y asegurar a sus descendientes la prosperidad.
Pero claro, el costo de ese enriquecimiento debía ser necesariamente pagado con la sangre de los nuestros. Y no todos iban a estar dispuestos a dar su vida para aumentar la riqueza de los opresores. Comenzaron a organizarse células de resistencia que, en un principio, no resultaban un obstáculo para los fines de los tiranos, pero poco a poco, pequeños logros se sucedieron. Éstos alentaron a los rebeldes que, viendo que el régimen podía resquebrajarse, siguieron sumando adeptos a su causa, convirtiéndose en una fuerza que ya no podía ser ignorada por los Señores.
En Perlanda, quienes conducían la revuelta eran Argenta y Aníbal, una pareja de jóvenes rebeldes que se habían conocido en la lucha contra el conde. Eran carismáticos y audaces. Temibles en la batalla e insuperables en la intimidad. Se amaron desde un primer momento y luchaban no solo por necesidad, sino para construirse un futuro, donde nuestro pueblo tendría el control de los recursos. Se tenían uno al otro, ya que ambos habían perdido a los suyos bajo la tiranía de Sarbini. Eran respetados, reverenciados y éxito tras éxito, veían declinar el poderío del déspota.
Sus comandados los habían bautizado como “Los dorados” y ya constituían un serio obstáculo para los designios del conde. Habían escapado a innumerables trampas y día a día se hacían más fuertes. No pasaban la noche en un mismo lugar y sus victorias alentaban la esperanza del pueblo oprimido.
Pero no contaban con la traición de Ismael. Éste era un aguerrido lugarteniente de Los dorados que había dado sobradas muestras de valentía e iniciativa y sobre el cual descansaban muchas decisiones tácticas. Sin embargo Ismael tenía un punto débil bajo su coraza: estaba perdidamente enamorado de Argenta. Y aunque ésta lo había rechazado tierna y sinceramente, rogándole que mantuvieran la amistad, Ismael no acusó la negativa y persistió en su interés por la muchacha. Llegado a un punto insostenible, Argenta confió la situación a su amado Aníbal, quien reclamó explicaciones a su entonces amigo. Ismael convino en dejar de insistir y las cosas parecieron quedar resueltas. Pero en el interior del lugarteniente comenzó a gestarse un ansia de venganza, alimentada por el rencor y el despecho.
Al contar con la confianza de Los dorados, sabía donde pasaban la noche, ya que debía informarles sobre cualquier imprevisto. Debido a diferentes circunstancias, propias de la contienda, solía suceder que Argenta y Aníbal ciertas noches lo pasaran en distintas locaciones, separados uno del otro. Ismael aguardó pacientemente a que sucediera una situación de éstas e hizo llegar al enemigo información sobre el paradero nocturno de Aníbal. Su idea era sacar del medio a su comandante, para así ocupar su lugar al frente de los rebeldes, ya que era su sucesor natural, pero a la vez tener el camino libre para conseguir el corazón de Argenta.
Pero sucedió lo impensable. Esa noche, Los dorados habían cambiado sus planes. Decidieron que pasarían juntos la velada y no confiaron a nadie su resolución, por lo que cuando el grupo comando enviado por el duque cayó sobre el refugio, quien los comandaba no ocultó su satisfacción al notar que el premio había sido doble y que un seguro ascenso coronaría la operación.
La pareja de rebeldes fue conducida ante el duque Sarbini, quien no podía contener su regocijo ante tamaña suerte, pero también notó que un cosquilleo interno surgía al cruzarse su mirada con la de Argenta. Percibió bajo el maltrato a la que había sido sometida, la belleza de la muchacha y no escapó a su atención el nexo invisible que unía a estos dos seres. Suponiendo desmembrada la rebelión, meditó sobre las medidas a tomar con la pareja de insurrectos, pero cuando levantó la vista y volvió a observar a la muchacha, supo que el destino de Aníbal estaba marcado. Llamó al jefe de los comandos y le ordenó la ejecución del líder rebelde. Ya lo estaban trasladando, cuando el duque detuvo a los guardias y aclaró que su orden debía ser cumplida en ese momento y en ese lugar, a la vista de todos y sobre todo de Argenta. Ante los gritos desgarradores de la muchacha, Aníbal fue obligado a ponerse de rodillas y el filoso cuchillo del mercenario se apoyó en su garganta y en un instante, la vida se escapó como una exhalación del cuerpo del desgraciado joven.
Un sonido de ultratumba salió del interior de Argenta y fue sostenido hasta quedarse sin fuerzas, mientras sus enormes ojos pasaban de mirar con enorme tristeza el cuerpo sin vida de su amado, a posarse con tremendo odio en la faz de Remo Sarbini, quien ya había acordado dejar con vida a la joven, como símbolo de su victoria y para no tener más de un mártir que alentara nuevas revueltas.

Los años pasaron y el ducado de Sarbini logró consolidarse. Aunque la insurrección persistía, ya no eran tantos los logros como en la época de Los dorados. Ismael había asumido la dirección de los rebeldes, pero pese a su coraje y decisión, al no contar con la impronta de Argenta y Aníbal, sus conducidos sufrían un déficit psicológico que solo la pareja hubiera podido subsanar, con su vitalidad y carisma. Aunque nunca nadie supo de la defección de Ismael, éste vivía su infierno interno. No había día que no lamentara su propio accionar y lo único que deseaba era rescatar a Argenta, para así redimirse. Sus acciones eran casi suicidas, como buscando la muerte que lo liberara de tamaña culpa. Hasta que en un desesperado asalto a la ciudadela del duque halló su trágico fin. Se dice que, antes de expirar, se le oyó pedir perdón a Los dorados.
Argenta, por su parte, se dedicaba a sobrevivir y a esperar la oportunidad para escapar de su cautiverio. El duque, en un principio, la había tomado como compañera nocturna pero, con el tiempo y al no conseguir ganar su afecto, la había destinado a tareas de limpieza en la ciudadela. Aunque controlada, contaba con cierta autonomía que le permitía trasladarse por dentro de la fortaleza y sus ojos registraban cada detalle que le permitiera, en un futuro, utilizarlos en su provecho. Así, cierta mañana, estaba en sus menesteres en la sala principal cuando irrumpió el duque, quien al verla, olvidó por un momento el motivo de su llegada al recinto. Argenta, pese al tiempo transcurrido, todavía conservaba intacta su belleza y bajo su uniforme de trabajo y pese a los rigores a los que había sido expuesta, se notaba esa vitalidad propia de quien ve la vida para atraparla, no para que ésta le pase de largo. Sarbini se acercó a la mujer y le dijo:

(Continuará)

7 comentarios:

Inversiones Uruguay dijo...

Me encantó como se mezclan los elementos reales del comienzo (petróleo? Irak??) con lo que termina siendo una fantasía muy bien narrada. Iba a leer solo el primer párrafo para ver de que se trataba, pero no pude parar hasta el final... espero ansiosamente la 2da parte

Stella dijo...

No podés hacernos esto!
Y le dijo ¿qué?

Besos

ADENOZ dijo...

No soy:
O carbón y Bolivia.
O agua y Patagonia.
O...

ADENOZ dijo...

Ste:
Eso, qué le dijo?
Dame una semana para pensarlo.

ilegalmente rubia dijo...

q gil ismael, no era mas facil agarrar un cuchillo y matarlo él mismo?? hombres..

magu dijo...

adenoz te envio un saludo
mandame tu mail bloger asi te mando mis rimas tambié´n a vos.
porque no tengo blog.
andá a ANGIE SE CONFIESA de angie angelina, es mi amiga, es buena dulce y jovencita
saludos
magù la católica (jajaja)

ADENOZ dijo...

Magú:
Mi mail es gatakala@hotmail.com
Saludos