lunes, 26 de enero de 2009

EGO-PAST: Su segunda oportunidad

La sala de espera era realmente amplia e iluminada, con un mínimo de adornos. Daba la impresión (seguramente buscada) de inmensidad.
M. no se percató de la presencia de la recepcionista que se había acercado hasta donde estaba sentado.
- Pase por favor, lo están aguardando –dijo gentilmente indicando una puerta entreabierta.
La oficina no desentonaba con el exterior. Una mujer enfundada en un uniforme gris y con el pelo recogido lo invitó a sentarse.
- Bien Sr. M, supongo que ya habrá leído nuestro folleto y visto el video de orientación, ¿no es así?
- Eh… si, pero…
- Entiendo, tiene dudas. Pues bien, esta última entrevista es para aclararle definitivamente como funciona Ego-Past. Hay un par de consideraciones que debe usted conocer.
Se echó para atrás en su sillón, colocó los codos en los apoyabrazos y, cruzando sus dedos, se explayó:
- Como primera cuestión, el “viaje” al pasado ofrecido por nuestra empresa, no es físico, sino mental. Usted no se mueve de nuestras instalaciones, es su mente la que viaja.
Pausa.
- Segundo: usted sólo viaja a “su” pasado. O sea, no puede ir más atrás de su fecha de nacimiento y no puede ir al pasado de otra persona. Todo el proceso es individual y se basa en sus recuerdos, anidados en su memoria.
Otra pausa.
- Tercero: en su experiencia personal podrá modificar eventos relacionados con su vida, pero debe tener en cuenta que al regreso a la actualidad, el pasado permanecerá inamovible. Por ejemplo: si un conocido sufrió un accidente y usted desea viajar a unos momentos antes para advertirle, podrá evitarlo en ese momento, pero al volver todo será como es ahora y su amigo no habrá resultado ileso, ¿se entiende?
- Clarísimo –asintió M.
- Bien, continúo. Cuarto: nuestra empresa quiere con este servicio satisfacer su ego. Hacerle revivir momentos de su pasado para que pueda modificarlos a su antojo y de esa forma fortalecer su estima. Un cliente solicitó volver atrás, en su época de futbolista, para no marrar un fatídico penal, que le ocasionó complejos posteriores. Una señora quiere tener la oportunidad de plantársele a su, por entonces, esposo abusivo, para así vivir más segura de sí misma en el presente. Por eso, usted debe analizar bien el momento que desea revivir.
Se detuvo, separó sus manos, apoyándolas en el escritorio y dijo:
- Por último, y no menos importante, usted no debe hacer mención en ningún momento de su condición de viajero temporal, ni referirse a hechos posteriores a su experiencia, ni nombrar a nuestra empresa bajo ninguna circunstancia. ¿Alguna duda?
M. pensó un momento y dijo:
- Si, sobre lo último. ¿Qué problemas surgirían si usted me dijo anteriormente que nada de lo que haga o diga modificaría el presente?
- Buena pregunta. Le explico: las dos primeras recomendaciones del punto último es a modo de sugerencia, para que nadie pueda tomarlo como que sufre una alteración mental. Pero si hace referencia a nuestra institución, se produce una distorsión. No me pregunte el porque, es algo técnico fuera de mis conocimientos, pero el proceso se interrumpe y usted vuelve a su punto de origen sin haber concluido su cometido. Obviamente, no existirá reembolso, ya que Ego-Past sería ajena al error. ¿Le queda claro, Sr. M?
- Totalmente.
- Una última cosa, recuerde que en el contrato que usted firmará figura que la empresa no se hace responsable por ninguna clase de efectos secundarios producto de la experiencia temporal.
- Gracias, lo tengo presente –contestó parco.
- Muy bien, ahora medite sobre la fecha en la que…
- Sábado 17 de diciembre de 1977 –dijo terminante.
La mujer quedó pensativa un momento y luego asintió:
- Ok. Entonces lo esperamos para la semana entrante junto con los demás solicitantes. Ah, claro, usted no sabía –dijo viendo la extrañeza en el rostro de M.-. El proceso es muy costoso y complejo, por lo que en una sesión semanal se juntan más de una experiencia.
Lo acompañó hasta la puerta y lo despidió amablemente.
Mientras se sentaba nuevamente en su sillón, se esforzó por recordar cuando había escuchado antes esa misma fecha.

M. sintió un leve cosquilleo en la sien derecha, donde apoyaba la terminal sináptica, mientras sentía que se desvanecía lentamente y el cuarto que ocupaba iba desapareciendo.

Sintió que alguien tironeaba de él. Cuando abrió los ojos, un muchacho estaba a su lado, instándolo a levantarse. Lo miró bien. Era Gonzalo, su compañero de curso y mejor amigo, que le decía:
- ¡Dale boludo, levantate que ya son las seis!
Cuando se ubicó mentalmente, reconoció al instante donde se hallaba. Era la habitación en la hostería donde se habían alojado en el viaje de egresados, en Capilla del Monte, Córdoba. O sea, Ego-Past realmente funcionaba.
Volvió a mirar a su amigo y un dejo de nostalgia lo invadió. A los cuarenta años, una enfermedad terminal acabó con él, pero era algo a lo cual M. no podía referirse, dadas las restricciones. Lo observó con una mezcla de ternura y satisfacción.
- ¿Qué me mirás, maraca? Jajaja –le dijo Gonzalo mientras se dirigía al baño.
Se incorporó sentándose en el borde de la cama y, ya completamente lúcido, reconoció con la mirada el recinto. Era bastante amplio, ya que albergaba a la totalidad de los varones del curso, mientras las chicas ocupaban otra similar al lado. En una cama contigua estaba el Gordo Luna, tratando de sacar “Rasguña las piedras” en su guitarra. Con el tiempo se convertiría en un músico de renombre, con etapas difíciles producto de sus adicciones, pero ya completamente restablecido en la actualidad. Más allá estaba a puro lamento Gerardo, una jornada cabalgando lo había “paspado” para el resto del día. Cerca suyo, el otro Gerardo ordenaba su ropa con la misma postura melancólica y abúlica con que se lo conocería en sus tiempos posteriores, cuando pasara a engrosar la lista de desaparecidos de la dictadura.
No quiso seguir con su relevamiento porque el tiempo apremiaba y debía atender detalles. Se cambió apresuradamente y fue a higienizarse. El espejo le devolvió una estampa que le hizo quedar atónito. Cabello ondulado y abundante, cero papada, nada de arrugas. Dejó para otro momento la inspección y marchó hacia el pasillo. Según sus cálculos, ya era momento de que apareciera ella, Roxana.
Cuando estaba llegando a la habitación de las chicas, la puerta de la misma se abrió repentinamente y apareció la muchacha de sus sueños, algo alborotada y resoplando. Detrás de ella se veía a sus compañeras preparándose para la última salida, acompañadas, mientras algunas peleaban con “la toca”, con la música pegadiza de “Dancing Queen” de Abba. No recordaba así esta situación, pero igual la saludó como entonces:
- Hola Roxy, recién me levanto.
- Hola, si, anoche nos acostamos todos tarde.
La notó un poco nerviosa.
- Bueno, nos vemos luego, voy a dar una vuelta –dijo él.
Y con un ademán a modo de saludo se retiró hacia la puerta. En el pasado se había dedicado a comprar recuerdos para su familia, cosa que no iba a hacer falta en esta ocasión. Así que se dedicó a pasear por los alrededores, haciendo tiempo.
Después de cenar todos juntos, fue a terminar de prepararse para la salida y cuando estuvo listo, salió al patio a tomar un poco de aire. En eso estaba, cuando lo llamó desde la ventana de la habitación Esteban, el más revoltoso del curso. M. desoyó a su compañero, pero éste siguió insistiendo, hasta que M., fastidiado, salió a la calle. Sabía perfectamente lo que le hubiera pasado si entraba a la pieza. En el pasado, respondió al llamado y fue sorprendido por unos cuantos, quienes lo maniataron (en una broma pesada de la que pocos habían escapado) y lo dejaron así durante una hora hasta que Gonzalo, preocupado por su tardanza, lo rescató.
Ahora estaba a salvo y, con tiempo de sobra, llegó a la confitería bailable. Se oía el éxito del momento: “Fiesta” de Rafaella Carrá. Buscó con la mirada y ubicó a Roxana. No quería perder tiempo para evitar, como pasó en su momento, que otro se le adelantara. Cuando estaba llegando a su lado, apareció un grandote para invitarla, pero ella lo rechazó gentilmente, pero el muchacho se oponía a recibir una negativa. En otro tiempo, M. habría desistido, pero ahora tenía más espíritu combativo. Se acercó más al insistente y, tocándole el hombro, le dijo:
- Disculpá flaco, pero ella baila solo conmigo.
El grandote giró lentamente, lo miró de arriba abajo y, al ver la actitud resuelta de M., levantó las manos con las palmas hacia delante y se retiró. M. le tendió la mano a Roxana y ésta accedió a ir con él a la pista. Por los parlantes se escuchaba a Al Stewart entonando “Año del gato”.
Pasaron a gusto toda la noche juntos y, cuando se oyó a “Baby, I love your way” de Peter Frampton, se besaron indecorosamente.
Faltaba el último paso, el final del camino, lo principal de su viaje. Debía animarse a pedirle a su compañera de pasar un momento más íntimo. En el pasado fue todo problemático, torpe, lo que había ocasionado que no llegara ni siquiera a sugerir tal encuentro, decisión que ocasionó más de un trauma que arrastró por decenas de analistas y que ahora, mediante Ego-Past, podría subsanar. Ahora tenía la mochila de la experiencia, aunque igual temía un rechazo. Grande fue su sorpresa cuando, a la primera insinuación, Roxana accedió gustosa. Es más, le dijo que tenía la esperanza que se lo propusiera, por lo que había preparado, en la Hostería, un lugar donde podían estar cómodos. Era un cuarto desocupado separado de los otros y que, habiendo colocado con anterioridad un colchón en el piso, funcionaría como “suite”.
Cuando ya amanecía, el nuevo día los encontró abrazados uno con otro, con el rostro lleno de satisfacción. Fue ahí cuando ella comentó, suspirando:
- Ah, Ego-Past es lo más.
A lo que él contestó:
- Si, es lo mejor.
Al instante, se dieron cuenta de lo dicho por ambos y se miraron asombrados, diciendo al unísono:
- ¿QUÉ?
Y todo se volvió oscuro.

Cuando pudo dejar el cuarto donde había sido realizada la experiencia, M. salió presuroso a encontrar una respuesta. La encontró en la sala de espera. Ahí se hallaba, cómodamente sentada, radiante a pesar del tiempo pasado, Roxana, quien le hizo una leve y tierna sonrisa, al levantarse a recibirlo y decirle:
- No digas nada. Yo también necesitaba volver.
Se abrazaron, se contaron a grandes rasgos su vida actual (ella estaba separada y tenía 3 hijos, él era viudo, una hija y dos nietas) y se fueron juntos.
Tal vez podrían recuperar el tiempo perdido.


FIN

martes, 20 de enero de 2009

BODA EN PINAMAR

Me encanta el mar. Y me gustan las bodas.
Así que, cuando me enteré de que Karina se casaba en Pinamar, no lo pensé dos veces: tenía que estar ahí, presente.
Hacía algo más de dos años que no la veía, desde que nos separamos. Bah, desde que ella se separó de mi, argumentado que no cubría sus expectativas una relación bohemia como la nuestra. Ella siempre fue ambiciosa, yo más lírico. Cuando me estaba dejando quise retenerla con una última frase:
- Si te vas, si me dejás, no vas a ser feliz.
Se rió y dio un portazo.
Estuve mucho tiempo mal, abatido y aún tengo esa sensación de vacío. Por eso pienso en la necesidad de exorcizar este sentimiento yendo a Pinamar a presenciar la ceremonia. Porque las bodas me gustan. Y el mar, también.

Llegué a la costa en mi camioneta a eso de las 16 horas. Tenía dos o tres horas antes de concurrir a la Iglesia Nuestra Señora de la Paz, donde se realizaría el oficio religioso, el Santo sacramento del matrimonio. Me alojé en La Posada, un hotel que ya conocía y que queda cerca del mar, ya que en algún momento iría a caminar por la playa. Comí algo liviano y fui a mi habitación para vestirme para la ocasión.

La iglesia estaba colmada, mucha gente adinerada, autos lujosos en la puerta. Tal como quería Karina, el día perfecto, el lugar ideal y el hombre soñado. Distinguí al novio cerca del altar, se lo veía sumamente nervioso, elegante en su smocking negro. Se oyeron unos acordes y el coro entonó una pieza de Bach en alemán. No es que sepa de música de cámara, sino que esa era la pieza que yo había elegido en el caso de habernos casado con Karina. Se ve que le gustó entonces y la utilizó ahora.
En la entrada hizo su aparición la novia. Espléndida, radiante. Con el pelo recogido hacia atrás, dejando visible el óvalo perfecto de su rostro. Seria, fría, controlada, avanzaba sola por el pasillo, con un vestido de película. Era la estrella de la jornada, “su” jornada. Su sueño se haría realidad: estabilidad económica, un apellido importante, un marido buen mozo y triunfador. Pasó a mi lado y juro que me emocioné.
La ceremonia no fue muy larga. Luego de dar el “si”, y recibir los aplausos, giraron y caminaron lentamente hacia la entrada, sonriendo a ambos lados. Cuando estaban ya terminando el trayecto, los intercepté.
- ¿Vos? –preguntó asombrada Karina.
Más allá de la sorpresa de verme después de tanto tiempo y del modo en que aparecí, su rostro estaba pálido al verse apuntada a la cabeza por una pistola Smith and Wesson calibre 45.
- Tranquilo –musitó el novio.
Con el dedo índice en los labios, le hice seña para que guardara silencio. La miré a Karina y, sonriendo tristemente, le expresé:
- Te dije que no ibas a ser feliz.
La novia cerró los ojos. Yo cerré mi dedo en el gatillo.
El estruendo resonó por toda la capilla. Por unos segundos, no se escuchó nada más.
Karina abrió los ojos y se llevó la mano a la cara, que estaba salpicada con sangre, al igual que su (ya no) inmaculado vestido. Vi estupor en su mirada. Le sonreí nuevamente. Fue entonces que se percató del cuerpo caído a su lado. El disparo le había arrancado media garganta al novio y, entre convulsiones, se le iba la vida. En el último momento decidí que la muerte no sería suficiente castigo, que el sufrimiento debía ser mayor. Un grito desgarrador escapó de su boca cuando se agachó a tratar, en vano, de salvar a su amado.
En el griterío y la confusión, aproveché para irme, sin que nadie se atreviera a detenerme.

No sé cuanto tiempo pasó, se me presenta borroso. Sé que subí a mi camioneta y anduve por las dunas. Luego caminé por la playa hasta un bosque. El recuerdo de haber visto sobrevolar a un chimango me llega en retazos.
Ahora estoy en mi habitación, esperando a que me venga a buscar la policía. No deben tardar. Hubo muchos testigos, además de las filmaciones y fotos. Quizás mis antecedentes psiquiátricos influyan para atenuar la condena. Si tengo suerte, quizás salga en unos años. Entonces buscaré de nuevo a Karina, para terminar el trabajo.
Se oye una sirena acercándose. Me asomo por la ventana y siento el ruido del agua en la playa.
Alguien golpea enérgicamente la puerta de la habitación.
Voy a extrañar ver el mar, porque me encanta.
Las bodas ya no tanto.


FIN